martes, 8 de mayo de 2007

a las lecturas difíciles


Chaquetas con dedicatoria (III)

Consígase un libro difícil o docenas de ellos. No importa el interés que lo motive a leer. Siéntase seguro de que a los escritores (o escritoras) de libros difíciles les importa un carajo lo que el lector (o lectora) asuma como interés. Habiendo desobedecido todas las advertencias que la buena razón plantea, por simple rebeldía o pasión por el vértigo, deje abierta la posibilidad de que poco menos de quince minutos de conversación con su autor preferido bastarán para que termine usted convenciéndose de que un inmasticable discurso nunca pierde su capacidad de empeorar.

Agotados los miedos iniciales de cualquier aprendiz de algo y elevado el autoestima, sumérjase en la lectura sin prejuicios. Esperemos que eso de sin prejuicios algún día signifique algo más que las buenas intenciones por parte de un lector que, dependiendo de su ignorancia, terminará a) discutiendo con un fantasma, o b) concluyendo con un pacto amigable entre lector y escritor que no sacrifique la inteligencia del primero ni la buena o mala imagen del segundo.

A través de una lectura literaria, el ojo avizor atisba en una cerradura que encierra ideas tan grandes como las de cualquier persona, pudiendo incluso engañarse creyendo que la interpretación que se hace del texto proyecta, ante quienes por desgracia no leen, la más vivaz de las lecturas. Permítaseme decir que lo que hace grande al libro no es la cerradura ni lo que esta guarda sino el dueño de un mecanismo tan milagroso como el ojo.

Leer literariamente es deslizar la capa tectónica las imágenes desde extraños epicentros (propios o singulares), confrontando las percepciones ajenas hacia un destierro del pensamiento ordinal, coordinando a su regreso nuevas ubicaciones lingüísticas para las ideas propias en el mapa de lo real; distinta en sus pretensiones, una lectura literal (o de corrido) es una recta trazada bajo la sobria longitud de las razones.

No es por falta de pericia o de inteligencia que un estudiante de teoría sociológica se sienta inferior a los planteamientos de un autor clásico. Lo más inteligente en estos casos es recordar que la enfermedad mental padecida por ciertos autores conceptudos (el adjetivo es ocurrencia, o eufemísticamente hablando, fruto del tumor cerebral de quien redacta estas líneas), neutraliza toda genialidad o lumbrera. De este modo uno siempre tendrá algo que decir de la teoría sociológica, tan válido y brillante como pretender ser claro al escribir.

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